Durante la segunda evaluación, vuestros compañeros de 1º de bachillerato están reinterpretando el Mito de la Caverna de Platón. Estas reflexiones le han parecido especialmente interesantes a su profesora María José Moreno. Esperamos que las disfrutéis.
El Mito de la oveja
Por Sebastián Hidalgo Abril
Llevo mucho viviendo la misma rutina junto a todas mis compañeras, algo así como dieciséis esquilaciones. Todos los días me despierto en el mismo lugar, cómodo, calentito, acompañada, a veces por alguna compañera más, a veces por alguna menos. Comemos hasta hartarnos, bebemos hasta saciarnos, con los grises días juntas nos cobijamos bajo el mismo techo y en esos días brillantes que el verde suelo crece y se llena de colores viene a visitarnos los carneros.
Pasa y pasa el tiempo, todo sigue igual. Mis compañeras no se preocupan más que por comer, beber y dormir… Pero tiene que haber algo más allá de esta rutina y no aguanto más, lo voy a averiguar.
Un día me alejé de mis compañeras, sola, ninguna más sentía la misma necesidad que yo. Llegué a lo más lejos que nunca me había alejado de ese lugar cuando el señor que nos daba de comer y beber en los días grises me empezó a impedir el paso, me gritaba, intentó golpearme con su vara y luego mandó a su amigo de cuatro patas que tras perseguirme intentando amedrentarme para que volviera presa a la rutina me mordió, sangraba, me dolía, era la primera vez de mi vida que supe lo que era el dolor, pero conseguí huir.
Me alejé mucho del cómodo suelo verde donde me crié y llegué a un extraño lugar que no había visto en mi vida. El suelo era gris oscuro y muy duro, a los lados de este suelo se levantaban muros enormes de color blanco con unos pequeños huecos de madera de los que a veces salían y entraban señores, que aunque me miraban extrañados seguían con sus vidas. Estuve observándoles el tiempo suficiente para que dejasen de extrañarse por mi presencia y fue cuando me di cuenta de algo, estos señores, son cómo nosotras, siguen cada día la misma rutina sin parar y parecen no darse cuenta, hasta parecían ser felices.
Seguí mi camino, hambrienta, sedienta, dolorida, sola, confundida, pero aunque no sabía a ciencia cierta lo que estaba haciendo algo me empujaba a seguir alejándome lo más posible de la rutina y era mucho más fuerte que el hambre, la sed y el dolor. Llegué a un lugar lleno de espesos árboles y con el suelo lleno de hiervas altas, había animales que jamás había visto antes, me adentré en el bosque pero todo estaba muy oscuro, no conseguía ver nada.
Con el paso de los días me di cuenta de algo, no es que el bosque estuviera oscuro, si no que no conocía nada de lo que aquí había, era todo espectacular y lo mejor, siempre había algo nuevo por descubrir, me encanta este lugar, pero creo que aunque esté aquí y es lo que quería tengo la obligación de traer a mis compañeras aquí.
Volví a los pastos de mis orígenes e intenté traer a todas y cada una de mis compañeras, pero ninguna de ellas quiso acompañarme, es más, me daban la espalda y hasta llegaron a intentar agredirme.
El señor del perro me vió e intenté llevarlo a él, pero en lugar de eso me cogió por la fuerza junto a unas compañeras mias y me llevó a una habitación oscura y gris.
Mi reflexión sobre “El mito de la caverna” de Platón
Por Elvira del Carmen Olmos Martínez
Lo ideal sería que empezará contando el mito, pero entonces esto se haría inmensamente largo y dudo que alguien lo leyera hasta el final. Así que daré por hecho que todos lo habéis leído ya varias veces y sabéis perfectamente de qué hablo.
El escenario que nos presenta Platón es por lo menos inquietante e intimidante. Unos prisioneros que no saben que lo son, unos alineadores que se creen libres puesto que son participes del engaño, pero que a su vez, siguen un camino marcado previamente, por tanto también son prisioneros.
Pero lo más inquietante es lo quiere decirnos Platón con esta alegoría: Que esos prisioneros, son como nosotros. La primera reacción seria rechazar esta idea ¿Cómo voy a estar prisionera? ¿Cómo va a ser mi realidad una mentira? Esa, podría decirse, sería una reacción razonable y coherente. Pero por alguna razón yo no la rechazo, es más, para mí fue como escuchar un viejo cuento ya olvidado. Y aunque me gustaría rechazar y negar esta inquietante idea. En el fondo siempre está esa espinita que me hace preguntarme ¿Y si es cierto? ¿Podría ser?
Dicen que sabio es aquel que admite su ignorancia ¿No es entonces de sabios admitir la posibilidad de que uno está equivocado y todo aquello que cree real es solo una sombra? Una sombra para hacernos manipulables que pensemos y actuemos como alguien quiere que lo hagamos.
Es difícil aceptar esta idea, porque es cómodo aceptar la ignorancia y seguir mirando sombras tranquila y calentita en el fondo de la caverna. Es difícil, porque cuando quieras rechazar la caverna y lo que ella te ofrece lo harás solo y la mayoría te llamara loca, excéntrica o exagerada y tendrás que salir sola a través de la empinada cuesta.
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