5/10/2015
Siempre me he sentido una persona muy ligada a la música. Me sirve de alterador de mi estado de ánimo: una canción puede columpiarme a través de las tibias aguas que separan la alegría de la tristeza. Ahora mismo retumba en mis oídos “When the music’s over” de The Doors. La música es envolvente y tiene un divertido efecto que hace que se distorsionen tus pensamientos, transformándose ellos mismos. Pero no estoy escribiendo para hablar de las obras de arte de Ray Manzarek, el músico del grupo, sino de Jim Morrison, el cantante, compositor y poeta.
Jim Morrison era todas las malas influencias juntas: mujeriego, consumidor habitual de LSD, peyote y demás transgresiones a las “normas”. Pero una cosa le salvaba: era un poeta y escribía letras altamente metafóricas y con muchos significados paralelos. Ejemplo práctico: “Cancel my subscription to resurrection”. Esa única frase, “Cancela mi suscripción a la resurrección”, es un grito de guerra contra los convencionalismos que las revistas y los medios nos imponen, esos convencionalismos de perfección. Perfección absurda. Porque la perfección en sí es la convivencia pacífica con nuestras imperfecciones. Esa frase también nos dice “no quiero la resurrección”, esa rebeldía ante que la vida plena es la vida extensa, pero Jim Morrison tenía razón. Ya lo decía Séneca en “Cartas a Lucilio”: “No hemos de preocuparnos de vivir largos años, sino de vivirlos satisfactoriamente".
Qué cosas tiene el tiempo y su efecto moldeador en la roca y el pensamiento: Jim Morrison y Séneca compartían el mismo prisma sobre la muerte.
También nos encontramos con la ironía: un cantante que canceló su suscripción a la muerte a los 27 años de edad y pasa a la historia. Porque al fin y al cabo somos arena: desplazados por el viento, olvidados en el fondo, como un juguete malcriado. Lo único que perdura es nuestro recuerdo entre los que nos aman.
Lo olvidaba, Jim y Séneca tenían razón: compensan 27 años de vida plena, o aunque Morrison fuera un cabrón, que 80 años viviendo oxidado por los pensamientos o por lo políticamente correcto. Claro paralelismo con el texto de Constantin Cavafis, “El viejo”. El viejo se encuentra carcomido por el daño que la prudencia le ha producido “de los impulsos que ha tenido y las delicias que sacrificó”. Ese viejo ha vivido físicamente pero no ha tenido una vida completa, una vida llena de lo que debe estar llena una vida: de vivencias, emociones, decisiones, ya sean malas o buenas, pero decisiones vivas. Jim Morrison lo hizo, y, aunque suene mal, prefiero la visión de Morrison. En la vida no hay que hacer más cosas que simplemente vivir. Soy la vida que vivo y a donde me lleva.
Juan Antonio Romero Rayo
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