martes, 3 de agosto de 2010

La isla del tesoro


"Siempre quise ser marinero. Que mi pelo oliera a salitre y que olas etéreas golpearan mi frente, desnuda de cabello por los alisios. Agarrar maromas y tersar el velamen mayor, navegar hacia mi destino colgado de la mesana. Gritar buenas nuevas y celebrar alguna de ellas con grog. Enamorarme de cada puerto y de cada dama. Soñar con estrellas tumbado en la cofa. Achicar agua con un vaso de ginebra. El olor a sudor de rudos hombres de honor. Poder anclar y besar la tierra sólo para recordar que me mareo cuando no me muevo de babor a estribor. Morir mar adentro, y que agua salada sustituya mi sangre… para encontrarme con Davy Jones.

Pero me tocó otra época. Una en la que los barcos echan columnas de humo hacia el cielo, cargados de miles de personas que viajan por placer, no por sustentar a familias en tierra. Una época en la que los galeones se exponen en parques de atracciones como osos polares en un zoo de Ecuador. Mirar delirios cinematográficos con piratas y bucaneros como nueva imagen del marinero utópico. Jugar con consolas y plásticos a ser sin ser.

Realidades que nos invaden y ocupan espacio en nuestra cabeza para envenenarnos de algas y corales. Imágenes pre-cocinadas con el sabor de las superproducciones. Espadas al aire y silbidos de balas. Olor a pólvora y el ruido de metal. Millones de dólares engañándonos con decorados y plástico, palabras que recrean momentos que nunca existieron, sino en la mente de un guionista que ahora mismo estará pensando en extraterrestres en el cielo de Johannesburgo.

Compartir ese sueño con palomitas y otros cientos de personas. Alienar mi historia a fotogramas vacuos de sentido. No sentir el olor del mar, acercarme a la pantalla y entender que no son más que puntos iluminados formando un cuadro.

Y cuando pensé que nadie podría transpórtame al cofre de un hombre muerto, que ningún pentagrama podría removerme por dentro como el taconeo de una pierna de madera… fui libre.

Encontré un respiro a la imaginación, dejando posar mis propias tramoyas únicas en una isla desierta, en un papel en blanco cruzado de palabras. Un lienzo donde pintar de tierra y oro mis atardeceres desde la colina donde se enterraba un tesoro. Fui libre al poder poner color a los bosquejos literarios de alguien. Un puente que cruzaba con mi mochila llena de imaginación. Los piratas tendrían la voz ronca que siempre he pensado que deberían tener. Vestirían de colores oscuros y con ropas raídas. Mirarían con ojos de viejo lobo de mar.

Y leyendo fui libre. Pude crear mis propios fotogramas, donde la luna se teñía del color de la sangre cuando el mar la embebía. Donde las flores de una isla tenían mil pétalos y olor al patio donde me crié de pequeño. Las balas que silbaran me herirían la piel, y lloraría por los compañeros caídos, enterrándolos en mi memoria para recordarlos pos siempre jamás. La traición de un camarada al que consideras casi un padre haría brotar rubíes de mi espalda. La excitación de rozar doblones de oro dejaría mi vello erizado mucho tiempo. Sentir que el miedo recorre tu cuerpo al escuchar una conversación indebida en un barril de manzanas.

Un libro que aún hoy, cuando ya no podré volver a Nunca Jamás, me hace recordar que algún día soñé con ese viento que tensaba las velas y me transportaba hacia un tesoro escondido. Aprender de la amistad y la traición, del mal y el bien, de buques y pateras, de vientos y mareas… no olvidar… y releer cuando crea que haya crecido un poco."
N.F.R.


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