miércoles, 22 de junio de 2016

Cuento

El instituto es un lugar para crecer. Por ello en numerosas ocasiones alentamos a los alumnos a que se atrevan a desarrollar sus capacidades de forma creativa. Una de las dimensiones creativas del ser humano viene de la mano de la escritura y otras de la pintura. En el cuento que a continuación se presenta hay un ejemplo de lo anteriormente dicho: Alicia Martínez Martínez del curso de 4ºESO A  ha escrito una bonita historia que  ha ilustrado Paula Rodríguez Rodríguez de 1º ESO A. Un binomio perfecto.
 
Inmaculada Fernández Parra.



LA FANTASMA

Dong, dong, dong... cinco veces sonó la campana del reloj del salón, marcando la una de la mañana. Ya era la hora.
 
 

Ana tenía 7 años de edad, pero sabía leer perfectamente, parecía que llevara toda la vida haciéndolo, y muchos dirían que así era. Esa noche estaba leyendo “Para leer al anochecer” de Charles Dickens. El libro narraba 13 historias espeluznantes sobre fantasmas, de las que a Ana le gustaban. Sus padres no la dejaban leer tales libros, por lo que siempre los leía de madrugada, cuando todos soñaban y ella podía disfrutar sin interrupción del miedo que le infundían las historias, aunque sabía que eran mentira. Los fantasmas no eran malos ni querían hacer daño a las personas, es más, era justo lo contrario.

 
Cuando el reloj del salón hubo terminado de tocar la una, Ana cerró su libro y lo guardó debajo del colchón, donde estaba segura que su madre no miraría al hacer la cama. Se levantó sin hacer ruido y se puso tres pares de calcetines. La madera de la casa tendía a crujir, por lo que al llevar varios pares de calcetines, estos amortiguaban su peso evitando que la madera crujiera tanto, y además le protegían los píes del frío.
 
Bajó sigilosamente las escaleras y se dirigió a la cocina. Cogió un paquete de galletas y se metió debajo de la mesa. El hule era tan largo que prácticamente llegaba al suelo. Una vez allí, esperó.
 
A la una y cuarto, cuando ya se había comido medio paquete de galletas, apareció Cassidy.
 
Cassidy también era una niña, y también tenía 7 años. Ambas tenían muchas cosas en común, excepto una, y es que Cassidy era un fantasma.
 
Cuando Ana lo descubrió, sintió más asombro que miedo, ya que Cassidy no tenía el aspecto que Ana esperaba que tuviera. En todos los libros de fantasmas que había leído, estos tenían el aspecto de una persona, pero eran transparentes. Cassidy no se parecía en nada a estos fantasmas. Ella era un conjunto de bolitas luminosas flotantes, y tampoco hablaba como las personas, Ana podía oír su voz dentro de su cabeza, y cuando quería decirle algo solo tenía que pensarlo. Cassidy tampoco era mala como la mayoría de fantasmas de sus libros, a ella le gustaba contar historias sobre su vida como persona y como fantasma.
 
Un día, Ana le preguntó que por qué los fantasmas en verdad eran buenos cuando todo el mundo se los imaginaba malos. Cassidy le respondió que cuando mueres, toda la maldad que había o pudiera haber habido se queda con tu cuerpo, ya que la maldad solo puede ser concebida por los humanos, cuyo único propósito es la destrucción. Cuando mueres y te conviertes en fantasma, puedes ver la verdad.
 
Según lo que Cassidy había contado a Ana, esta había vivido hace muchos, muchos años, y también había muerto hace muchos, muchos años, cuando solo tenía siete años. La casa en la que Ana vivía era muy antigua, y había estado habitada por muchas familias antes que la suya. La familia de Cassidy había sido una de ellas, y cuando tenía 7 años, se acatarró, y murió.
 
Cuando se lo contó a Ana, esta le dijo que eso era imposible, que nadie se moría de un resfriado, que ella había estado resfriada muchas veces y no era tan malo. Cassidy le explicó que en su época, pillar un resfriado era sentencia de muerte en la mayoría de los casos.
 
Y así pasaba Ana las noches, oyendo las historias de Cassidy, que eran mucho más interesantes que las que había en los libros. Cada noche era una historia nueva, y parecía que nunca se iban a acabar.
 
Pasaron los años, y Ana seguía disfrutando todas las noches a la una y cuarto de la madrugada de una sesión de cuentos. Cuando cumplió los 11, decidió escribir todo lo que Cassidy le contaba, para conservarlo y no olvidarlo.
 
Una noche de septiembre, a la una de la madrugada, Ana bajó a la cocina y se metió debajo de la mesa con su paquete de galletas, y esperó. Llegó la una y cuarto, y esperó. Ya solo le quedaba un cuarto del paquete de galletas. Ahora era la una y media. Ya no le quedaban galletas.
 
Cuando el reloj del salón tocó las dos de la madrugada, Ana estaba profundamente dormida.
 
A la mañana siguiente, mientras paseaba por el jardín, pensó en Cassidy. ¿Qué le habría pasado? ¿Por qué no había venido? ¿Estaría enfadada con ella?
 
Esa misma noche volvió a bajar, a la hora de siempre, y también espero. Esta vez no se quedó dormida, y cuando el reloj dió las dos, decidió subir a su cama a dormir.
 
Siguió la rutina de los últimos 4 años durante una semana, pero no hubo suerte, Cassidy no venía a su encuentro. Cada vez esperaba menos tiempo, hasta que una noche, a la una, cuando cerró su libro y lo guardó debajo del colchón, no bajó a la cocina, sino que apagó la luz y se durmió, mientras que una lágrima se abría paso mejilla abajo. Desde ese día no volvió a pensar en Cassidy.


 
 

Ana, ahora ya con 18 años, estaba muy indecisa, ¿se llevaba toda su ropa al piso de la ciudad o dejaba algo para cuando viniera a visitar a sus padres? Bueno, ya haría la maleta más tarde, ahora tenia que meter todos los adornos de su habitación en cajas, no podía irse sin ellos. Cuando ya casi había terminado recordó que siempre guardaba un libro de cuentos debajo del colchón. Cuando fue a buscarlo, no lo encontró, pero lo que sí descubrió fue un pequeño cuaderno de tapas azules en cuya portada había escrito con letra infantil un nombre: “Cassidy”.

 
¿De qué le sonaba ese nombre?
 
Abrió el cuaderno y vio que estaba lleno de historias. En las primeras páginas había una especie de introducción que decía:



Historias de Cassidy “La Fantasma”

 

Fantasma. Esa palabra le dió sentido a todo. Ahora lo recordaba. Las bajadas a la cocina en medio de la noche, la llegada de su amiga a la una y cuarto, sus interminables e interesantes historias... y la noche en que Cassidy la abandonó.

 
O quizá Cassidy no la abandonó, quizá todo había sido un sueño, un producto de su imaginación. Quizá todo había pasado en su cabeza, pero, ¿por qué iba a significar eso que no fue real?

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